miércoles, 22 de diciembre de 2010

Cuento de Navidad 03


Noche estrellada. Van Gogh


Cuento de Navidad 03

Juan Luis Trillo de Leyva

En este mes de diciembre los días son cortos y eso es lo normal, pero en donde yo vivo también son cortas las noches. Días y noches se suceden tan rápidos que se diría que la Tierra se ha impregnado de la extraña alegría de la Navidad que la hace girar atolondradamente, ya decía mi madre que a partir de que cumples los treinta el tiempo vuela. Me gustaría no tener un trabajo tan duro como éste que me tiene atado a la fragua día y noche, me gustaría tener tiempo libre para pasear por mi pueblo y gozar de estos días tan hermosos, gozar de las vistas de un horizonte nítido y zigzagueante, trazado por el borde de las altas montañas que acotan el Poniente de estas lejanas tierras. La cadena montañosa nos ofrece su cobijo y también protege el extenso valle surcado por las aguas del río que serpentea desde su formación en las montañas hasta su desaparición en la fosa tectónica de un pequeño lago, próximo a uno de los grandes palacios de piedra de esta aldea global. A la zona de Levante tenemos prohibido acercarnos los habitantes del valle, la llanura concluye en un abrupto barranco, en un precipicio del que se cuentan las historias más insólitas. Hay quien asegura haber escuchado voces y murmullos cuando se aproxima peligrosamente a esa cornisa geológica, dicen que las voces son de las crueles “circes” que protegen nuestra tierra del vacío infinito, de la nada, aunque esto nunca nadie lo ha confirmado. Los que se aproximan mucho al borde del barranco nunca vuelven, es una especie de Non Plus Ultra que condiciona la vida de los habitantes de la aldea. La gente que nos visitan, los comerciantes, los pastores, los reyes y los viajeros, siempre provienen de las montañas, montañas que suelen atravesar ayudados por mulas, caballos y camellos, aquí están prohibidos los automóviles y nunca nadie llegó de la parte de Levante, eso fue lo que más me escamó de la última visita de los tres Reyes de Oriente.

Me gusta mi trabajo aunque no me permita trasladarme a la ribera del río, donde están las lavanderas. Desde que tengo uso de razón estoy enamorado de una de ellas, la más hermosa, aquella que se inclina sobre las aguas del río con el pelo en la cara y que extiende luego sus sábanas blancas sobre el musgo de la orilla. Nunca tuve oportunidad de confesarle mi amor, aunque es cierto que nunca me atreví a hacerlo. Ella y yo, siempre estamos atareados con nuestros trabajos, tanto que en el pueblo se nos conoce a todos por nuestro oficio. El recuerdo de mi querida lavandera me ha puesto melancólico y ha traído a mi memoria viejas canciones de juventud, como aquella cuya letra decía: -…lavanderas de Portugal, muchachitas encantadoras, por el día van a lavar y de noche a enamorar…- Jamás vi a mi lavandera fuera de su ribera, y mucho menos de noche, debe ser que ella no es portuguesa. ¿Eran lavanderas o eran las banderas de Portugal? De la rivera, del paisaje en torno al río, lo único que no me gusta es ese señor catalán que a hurtadillas hace sus necesidades casi escondido entre los matorrales próximos a las aguas, justo al lado donde nadan la familia de los patos, mama pata y su prole de patitos, siempre en ordenada hilera.

Está bien que los pueblos tengan río y que se consuelen con ello de su distancia con del mar. El castillo sobre la colina se mira en las aguas profundas, llenas de peces. Un pescador ocupa todas sus horas con su caña y su tanza que lanza desde lo más alto del viejo puente de madera, la única línea vertical que puedes encontrar en el paisaje agreste y caprichoso de Neleb, que así se llama mi ciudad.

Permítanme describirles la aldea con un cierto orden. Es cierto que está construida en la ladera de una montaña, aunque sus construcciones estén muy desperdigadas y ocupen tanto el sorprendente plano horizontal del valle, como algunas de las colinas más abruptas. No existen calles y casi todos los habitantes estamos fuera de las casas, al aire libre, debe ser ello porque nunca llueve y la temperatura es siempre muy buena. No llueve pero nieva a juzgar por la nieve de las laderas de las montañas que se ven desde mi herrería. El territorio es geológicamente extraño, conviven las rocas que forman las últimas estribaciones montañosas con la arena del desierto que se ha convertido en nuestro pavimento urbano, tanto que para poder trabajar, los carpinteros, los mercaderes, los pastores o los pretores romanos, disponemos de una pesada losa de barro que trasladamos con nosotros a todos lados. El resto es desierto, musgo y nieve. Hasta las altas palmeras tienen alrededor esta losa que garantiza su estabilidad. Al contrario de lo que ocurre en las otras ciudades, las ciudades de los otros meses, los alcorques de los árboles están pavimentados mientras el resto es arena, tierra del desierto que arde como si fuera madera.

Mi aldea es un lugar prodigioso, un lugar que como un boquete abierto entre los estratos que separan los mundos contiguos permite la convivencia de animales, hombres, magos, ángeles y dioses. Es una ciudad militarizada, ocupada por las centurias romanas que lejos de ser agresivas se limitan a custodiar los lugares más inverosímiles vistiendo sus mejores galas. En pocos sitios como éste podría afirmarse que la arquitectura y el territorio son el atuendo del hombre. En Neleb no existen muebles ni sillas, y los pocos que existen están incorporados a las paredes de las casas, como el equipamiento que Le Corbusier pretendía para una casa estándar. A la variedad en el tamaño y la diferente procedencia de los habitantes, aquí nunca fuimos racistas, se une la variedad de las construcciones, que rivalizan en singularidad. Frente a las lujosas terrazas de los palacios de piedra encontramos el establo que ocupan una mula y un buey, y que inexplicablemente se ubica en una posición central y concita la atención de todos, mientras los palacios más ricos están en la periferia. También podría afirmarse que mi ciudad es una ciudad mercado, con sus puestos de carne, de embutidos, de pan, de fruta y de cerámica. Una ciudad agropecuaria, donde los huertos producen, en medio del desierto y del mes de diciembre, frutas y verduras de todas las estaciones del año, donde los pastores pastorean sus rebaños de cabras en las faldas de los montes, donde las vacas comen con libertad el verde y enorme musgo, donde las gallinas y los pavos picotean a las puertas de las casas, incluso en los tejados, un prodigio más de esta extraordinaria aldea mía.

Desafortunadamente Italo Calvino olvidó citar a Neleb entre sus Ciudades Invisibles, error que trato de subsanar con este breve texto. Neleb, ciudad complementaria, contigua y simétrica a todas las ciudades del mundo. Ciudad de acontecimientos extraordinarios. Ciudad de la memoria y el aniversario. Ciudad de la representación. Aquí todo el mundo interpreta un papel. El día que se estropeó la fragua y estuve deambulando por el valle observé que la ciudad es vectorial, me refiero a que existe un solo sentido en su presentación. Todos, incluyo en este término a nubes, estrellas, luna, montañas, rocas, castillos, palacios, establo, casas, animales y personas, es decir, todo y todos dan “cara” hacia el enigmático vacío del barranco. Ciudad que se tensa como la tela de un bastidor entre el Levante y el Poniente, entre Oriente y Occidente. Las casas están incompletas y las fachadas que dan hacia las montañas o no existen, las casas están seccionadas, o no están pintadas y tienen agujeros por donde salen manojos de cables, de forma que si te sitúas de espaldas al barranco la aldea luce acabada y en todo su esplendor, cada figurante ofrece su mejor cara y se diría que los grupos de pastores, romanos o nobles, se abren en forma de herradura para ser mejor vistos desde allí. En cambio, en el otro sentido mi aldea se deshilacha, aparece la tramoya, los adhesivos y los alambres, el pegamento, y hasta sus habitantes y sus atuendos aparecen descosidos. Como si se tratara de un frigorífico tras el frente orientado hacia el Levante, perfectamente pintado y acabado, se esconde la tras-ciudad, la trastienda de la ciudad, la “otra” ciudad. No me refiero a que exista una periferia que coloniza nuevos terrenos al campo y que frente a la consolidación del centro aglutina la marginalidad inherente a toda urbe sino a que Neleb es una ciudad teatral en la que cada objeto y cada actor cuentan con dos mitades, la visible y la oculta, que, y esto es lo más curioso, siempre están dispuestas en el mismo sentido. Ciudad demediada de extraños contrastes en donde, por momentos, me siento en el interior de un estudio cinematográfico.

Neleb, observada desde el precipicio, es el escenario de un teatro catóptrico sin espejos.

Neleb es la única ciudad del mundo que no es única.

Existen muchos nelebes repartidos por todos los lugares de la Tierra, por todos los países, por todas las otras ciudades, casi por todas las casas. Al igual que Marco Polo creía ver Venecia en todas las ciudades que visitaba y en todas las descripciones que le hacía a Kublai Kan sobre ellas, Neleb existe realmente en todos los lugares, quiero decir que existe físicamente, que es una ciudad global superpuesta a las ciudades específicas. Neleb es aún tiempo Diomira, Isadora, Dorotea, Zaira, Anastasia, Tamara, Zora, Despina, Isaura, Maurilia, Fedora, Zoe, Zenobia, Eufemia, Zobeida, Ipazia, Armilla, Cloe, Valdrada, Olivia, Sofronia, Eutropía, Zemrude, Aglaura, Ottavia, Ersilia, Bauces, Landra, Melania, Smeraldina, Filides, Pirra, Eufrasia, Otilia, Márgara, Getulia, Adelma, Eudossia, Moriana, Clarice, Eusapia, Bersabea, Leonia, Irene, Argia, Teda, Trude, Olinda, Laudomia, Perinzia, Procopia, Raissa, Anderia, Cecilia, Marozia, Pentesilia,Teodora, Berenice y todas las ciudades, reales o ficticias, que podáis imaginar.

Como decía Italo Calvino de Sofronia, todos los años el siete de enero Neleb desaparece:

Así todos los años llega el día en que los peones desprenden los frontones de mármol, desarman los muros de piedra, los pilones de cemento, desmontan el ministerio, el monumento, los muelles, la refinería de petróleo, el hospital, los cargan en remolques para seguir de plaza en plaza el itinerario de cada año.

En el caso de Neleb todo se empaqueta, incluso los habitantes, y se guarda cuidadosamente hasta que transcurra el resto del invierno, la primavera, el verano y el otoño siguientes, a la espera de un nuevo mes de diciembre. La única condición para la construcción de Neleb es que estemos en diciembre.

Línea de tierra de un sistema diédrico.

Paseaba contento y de la mano de sus abuelos bajo las esferas luminosas de la calle Sierpes, había sido un jueves prodigioso. Había estado toda la semana deseando ver la iluminación de la Plaza Nueva, que ya le habían contado sus compañeros de colegio. Había visitado los puestos de belenes de la plaza de San Francisco y los de libros de la Plaza Nueva, luego guardaron cola para ver el Belén de Caja Sol, el banco en el que trabaja su padre. Era el jueves 16 y aún quedaban muchos días para la Navidad pero la gente ya estaba contenta, a pesar de sus siete años él siempre supo captar el humor de los mayores. De lejos venían los ecos de unos villancicos flamencos que cantaba un grupo de Triana. Llevaba atada en la muñeca una cuerda que tensaba un globo de gas. Recordaba con placer los detalles del Belén que acababan de visitar, nunca olvidaría al herrero que golpeaba con un mazo un trozo de hierro incandescente, junto a una simulada fragua. Los abuelos le habían regalado esa nueva palabra: fragua, que le pareció la palabra más bella del mundo.

Por un momento, el paso de un ángel*, estremeció la noche de Sevilla.

Sevilla, Navidad de 2010. JLT

*Dedicado a un ángel apellidado Trillo.

1 comentario:

  1. Gracias por recordarnos las cosas que realmente importan en Navidad. Aunque hoy en día el consumismo y el estrés de estas fechas nos hayan hecho olvidar lo que fueron en nuestra niñez. Este cuento me ha transportado a cuando me maravillava ir a visitar los portales de casas, muchas veces privadas, que abrian sus puertas para mostrar el trabajo de semanas de grupos de amigos y asociaciones. Tras ver riachuelos que corrían ayudados por pequeños motorcillos, rocas adornadas con musgo seco o montañas de papel kraft, dejabamos la voluntad al salir en una cestita para ayudar a que al año siguiente apareciera algún ingenio mas. Yo tampoco olvido las ciudades de NeleB.

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