sábado, 1 de agosto de 2015

Fuera de campo



































Foto: Zeppelín sobre la Playa del Lugo, en una foto tomada por Fernando Pérez Melián en 1932. 
Archivo FEDAC


Fuera de campo 
Mariano de Santa Ana

Las miramos una y otra vez y nos sentimos embelesados. ¿Por qué nos seducen tanto las viejas fotografías de dirigibles? Otras imágenes reportan información sobre la historia de los adelantos técnicos, la conquista del aire, etcétera, pero pocas pueden competir en detonación del ensueño con estas viejas fotos de dirigibles. Y ello, naturalmente, por la forma de estos aerostatos. Si fuese sólo por su figura, más que el museo de los inventos humanos, se diría que su lugar es el gabinete de Historia Natural, o, mejor, el álbum de cromos de una fauna hace mucho desaparecida. Pero su estampa transmite también algo del tenor de artefactos de dibujos animados como Los Picapiedra. Más divertido aún, por cuanto que el dirigible fue algo serio, muy serio. Todo esto irradia en la fotografía que Fernando Pérez Melián tomó en 1932 de un Zeppelín sobre la Playa del Lugo. Pero, para quienes se sienten atravesados por las perplejidades que emanan de Las Palmas, en ésta centellean también otros aspectos desconcertantes.

La imagen, disponible en el fondo en red de fotografías históricas de la FEDAC, registra el momento en que cruza la playa un Zeppelín, uno de las más célebres marcas de dirigibles de la historia –de la corta historia de tres décadas de principios del siglo XX en que llegó a ser el más grande artefacto volador existente entonces. Otras imágenes de este valioso archivo dan cuenta del paso de la aeronave sobre otros puntos de esta ciudad. En una se ve como atraviesa una franja de cielo señalizada desde tierra por el Gabinete Literario y la Catedral de Santa Ana. En otra desfila sobre buques de varios mástiles fondeados en el Puerto de La Luz. Carente de la variedad, la belleza y el candor de aquéllas, ésta que muestra al Zeppelín sobre la desaparecida playa es, además, la que está realizada con menos destreza. Pero, ciertamente, es la más inquietante.

En sus calidades de conjunto monumental y de dechado de ingeniería, Vegueta y el Puerto de La Luz son lugares hiperfotografiados. Con la Playa del Lugo ocurre lo contrario. Esta franja de la costa de naciente de Las Palmas, que se extendía a la altura de la Comandancia de Marina y que desapareció en los años sesenta por la construcción de la Avenida Marítima, es un recuerdo sepultado del que se conservan pocos retratos.

Sin la magnificencia ni el gancho turístico de la Playa de Las Canteras, y, ni tan siquiera, sin el arraigo sentimental entre muchos ciudadanos de Las Alcaravaneras o La Laja, la del Lugo era una playa de mariscos y callaos poco frecuentada por nativos y foráneos. Otras fotografías dan cuenta con más detalle de sus accidentes. Ésta que nos trae apenas si muestra pequeños fragmentos suyos en los flancos, pues casi toda la imagen está ocupada por una azotea vacía que se asoma al mar, unos hilos telefónicos y el Zeppelín. Y, sin embargo, esta imagen convoca la playa en la mente con una fuerza con la que no pueden hacerlo otras fotografías que la representan mejor.

Pocos años antes de que el Zeppelín sobrevolara la Playa del Lugo, hubo quien advirtió de que la inundación de fotografías –propiciada por la facilidad técnica para su producción y distribución masivas- constituía un peligro de devastación para la memoria colectiva. Este diagnóstico, que ha tenido siempre defensores y detractores, ha cobrado actualidad con la tecnología digital. Pero la fotografía, al menos la analógica, es un pacto con lo real, que puede ser tan interesante por lo que incluye dentro del campo de visión como, es el caso de esta imagen, por lo que evoca al dejar fuera. Es así que, si no fuera por el pie de foto, sería más difícil aún identificar la Playa del Lugo. Sólo una mirada muy entrenada en el aspecto que tenía este parte de la geografía capitalina antes de desaparecer podría reconocerla.

Por otro lado, la poderosa presencia del diplodocus del cielo, el Zeppelín, viene a intensificar la extrañeza de aquello que casi no se ve, la playa, que, es de creer, la mayoría de los habitantes de Las Palmas hoy no sabría describir. Entonces, en la foto, y ahora, en el recuerdo, la Playa del Lugo es una latencia.

Si la vida no ha vuelto a ser igual después de la fotografía, los dirigibles, extinguidos prematuramente en los años treinta, han sido reanimados de poco a esta parte como monstruos de feria para promocionar neumáticos o candidatos a presidente. Por lo que toca a las ciudades, en las que la modernidad estableció sus cuarteles generales para la conquista del futuro, la incertidumbre cubre hoy su horizonte y la pregunta por lo que yace bajo el suelo que las soporta vuelve a primer plano. Como el recuerdo de la Playa del Lugo sepultado bajo la Avenida Marítima, tarde o temprano, la visión es reconfigurada por lo que queda fuera de campo.