Proyecto: desierto
Juan Ramírez Guedes
El territorio, el paisaje se despliega, casi sobrevolamos; vemos roques, montañas y quebradas: bajo el fuego del sol, cañadas, encrucijadas.
Descendemos, la intensidad de los valles, de la extensión plana, deja atrás aquella visión de los monumentos geológicos: nos acercamos al calor del suelo polvoriento, lo que eran simples puntos aparecen como formas más complejas aunque duras, secas.
Una figura, casi una hormiga, crece y es un hombre, lo vemos avanzar arrastrando el paso, despacio, cortando el espacio muy lentamente; giramos y lo vemos de espaldas, la espalda levemente encorvada. Va extrañamente vestido, de negro; ya lo vemos de frente y caemos hacia su rostro: adusto y enjuto, la mirada rebosando de la cuenca de los ojos, perdida allá lejos o cerca tal vez. Es una mirada la suya abandonada en el olvido y en la búsqueda.
Más tarde se acerca a la puerta que se abre. Dentro oscuridad.
Vemos ahora su rostro sombrío muy de cerca; solo vemos en realidad un contorno de sombras y dentro de ellas otra vez la mirada, pero ahora es precisa, dura y afilada, acerada; es una mirada alerta, como de desconfianza, es una mirada que mide,
Dentro hay otro espacio; lo que antes era geografía se ha vuelto geometría y toda ella converge hacia la puerta, hacia el umbral donde está el hombre quieto, mirando el interior.
Lo vemos como vacila o tal vez calcula su siguiente movimiento.
No todo es penumbra, la ventana a su izquierda arroja una alfombra de luz en el suelo, justo delante de él, como invitándolo a entrar.
El hombre penetra en línea recta hasta la mesa de billar que alinea su banda con la trayectoria que señala su camino. En el ángulo se detiene: gira noventa grados y respondiendo a la tensión que la mesa construye avanza hacia su derecha...
Mucho más tarde, hay otro hombre, una mujer y un niño y aún otra mujer. Esto sucede en las regiones centrales de laberinto a medida que la memoria del hombre reconstruye los pasos perdidos.
Pero después vemos al hombre solo, de pie en una plaza nocturna e irreal, mirando a lo alto; permanece así un instante eterno antes de abrir la puerta y entrar en la segunda máquina del tiempo; esta es más pequeña y se mueve.
Los perfiles de los edificios en la noche americana son fantasmagóricos y se van desdibujando.
De nuevo el rostro del hombre muy de cerca, ahora de perfil, es su perfil derecho; la mitad del rostro que vemos refleja irregularmente formas luminosas que cambian, luz que se mueve frente a él; la parte posterior de la cabeza permanece en la sombra, confundiéndose con la penumbra que la rodea.
Detrás un grupo abigarrado de formas iluminadas en la noche se aleja; a lo largo de la línea que se estira, pasan objetos veloces estallando en luz; todo se hace más pequeño, como siendo precipitado a las profundidades e la cinta negra.
El hombre se aleja sin mirar atrás; regresa a la búsqueda del mito del origen después de recorrer el laberinto de la memoria.
Regresa al territorio desértico de la identidad.
La ciudad cada vez más pequeña y más lejos en la noche; muy lejos, cada vez más lejos...
El hombre que regresa, que en realidad se va.
A mi amigo MB
Referencias:
París Texas. Win Wenders. 1984
Escenas en la América desértica. Reyner Banham. 1982 (ed. original)
Fotografía. Internet