domingo, 27 de abril de 2014

La ciudad y los enigmas

Plaza del Torreón vista desde la azotea de Luz María y Marco


La Plaza del Torreón, en La Isleta, resultado del vacío dejado por un tanque de agua que existió en la calle Agustín Ramos hasta 1973, es uno de los lugares más enigmáticos de Las Palmas


 El sol de mediodía proyecta sobre la plaza la sombra de la farola. La sombra está mejor dibujada que la farola misma porque es la suma del cuerpo de la farola y del proyector solar. En torno a la farola, que señaliza el centro de la plaza, el pavimento dibuja un círculo dividido en doce triángulos coincidentes con las particiones de un reloj. La farola marca las doce. La plaza no tiene nombre o bien tiene varios: Cuando se les pregunta, algunos vecinos se encogen de hombros sin saber qué responder. Otros la designan indirectamente como plaza de la calle Agustín Ramos, en referencia a la vía que la atraviesa de Este a Oeste. Algunos más la llaman Plaza del Torreón, en recuerdo del tanque hidráulico que ocupaba justo el círculo y de cuya retirada resultó la plaza.   

El torreón almacenaba el agua de mar que impulsaba la estación de bombeo emplazada sobre un escarpe de Punta Gorda. Con ella se abastecía la piscina de La Isleta y se limpiaban las calles de esta parte de Las Palmas. Mario, un vecino que vive desde su infancia en una vivienda que da a la plaza, explica que en principio fue el torreón, que las casas se construyeron posteriormente a su alrededor. Carmen, también ha vivido toda su vida aquí, echa cuentas y calcula que el tanque de agua salada desapareció para siempre de la vista en 1973. Tienta decir que más que desmontado fue desalojado.  

Guarecida por las pocas viviendas que se organizaron en torno al torreón, la plaza se levanta sobre una elevación del terreno y sólo es accesible a través de sendas escaleras por las que se prolonga la calle Agustín Ramos. Sin duda, éste es uno los lugares más enigmáticos de Las Palmas, como señala Juan Ramírez Guedes, profesor de la Escuela de Arquitectura de Las Palmas, que ha conducido hasta aquí a este periódico. Tal y como explica el arquitecto, en este espacio se mezclan elementos contradictorios “con una geometría indecisa que quiere ser regular pero no llega”, pues el círculo segmentado en torno a la farola está envuelto a su vez por un octógono irregular, el que conforman las fachadas de las casas.  

El muro de una de estas fachadas se prolonga en uno de los extremos de un solar vacío pero deja el otro al descubierto, lo que redunda en la cualidad de “decorado plegable”, dice el profesor, de esta plaza que deja fuera de escena al resto de la ciudad, pues la plaza vive ensimismada con el horizonte oceánico, tan inexistente como irrefutable.  

El reino de la técnica, sobre el que se asienta la ciudad, los levantó y el reino de la técnica provocó su obsolescencia. La de la estación de bombeo, que con su distintivo color rojo inglés pervive aún en el Paseo de Las Canteras como un vestigio arqueológico moderno, y la del torreón, que perdura en el vacío monumental que dejó tras de sí. Y, ahora, mientras algunos transeúntes desfilan por el recinto escénico de la plaza, ajenos quizá al misterio que se mueve entre ellos, desde el palco de la azotea de Luz María y Marco, vecinos en los que refulge maravillosamente la costumbre antigua de la hospitalidad, los visitantes contemplan a los transeúntes, contemplan como la farola marca la hora del mediodía y presienten que de un momento a otro el Teatro del Mundo va a ser arrastrado a alta mar.

 

 

 

 

Presencias / ausencias



































Foto de la plaza: Nacho González Oramas


+info: Monumento ausente y huella metafísica