miércoles, 27 de diciembre de 2023

Paisajes[s] intermedio[s]


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Walter de María. The Lightning Field (Fuente: internet)


PAISAJE[S] INTERMEDIO[S]: utopía y ubicuidad

Juan Ramírez Guedes


Utopía: lo que no tiene lugar

Ubicuidad: presencia simultánea en todos los lugares.

1.La pregunta por el paisaje

Hemos leído: “Si intuimos respuestas al paisaje ¿Cuáles son las preguntas?”... Se trata del título de un artículo de Martí Franch y Víctor Tenez publicado en el número 1 de la nueva revista Paisea dedicada a la temática del paisaje. El título acierta, en nuestra opinión, en el diagnóstico de un problema fundamental que aqueja a este campo de trabajo y a este concepto, el paisaje, y que es, en efecto, la anteposición de una serie de “respuestas” antes de conocer realmente cuáles son los términos de la pregunta o preguntas a las que deberían referirse; más aún, cuál es esa pregunta o preguntas, en definitiva ¿qué paisaje?, ¿qué entendemos por paisaje?...

En tales condiciones es difícil que una multiplicidad de proposiciones, proyectos e imágenes se dirijan finalmente a algo más que a la verificación de un imaginario particular y contingente. Dicho esto, aclaremos que no vamos a intentar desde aquí responder a esa pregunta, nuestro interés es sólo intentar un acercamiento a una idea de paisaje, no convencional, una idea que, aunque poco sistematizada, respondería a una redescripción de la visualidad del espacio contemporáneo, visualidad, no obstante, de fundamentación no puramente óptica sino intensamente transfigurada por la interpretación, por la elaboración mental de un imaginario, un constructo heterogéneo, hecho de materiales que aporta la geografía y el territorio a través del ojo, pero también a través del pensamiento y de la cultura, al que hemos dado en llamar paisaje.

Por eso es así que no son suficientes las definiciones de los diccionarios, que reducen el paisaje a “la apreciació visual del territorio”, por ejemplo, entre otras acepciones simplificadoras. Tampoco valen, por la misma razón, actitudes meramente operativas como las que tienden a confundir el paisaje y el proyecto del paisaje con una especie de decoración a escala geográfica, o a confundir también el paisaje con la jardinería, etc., es decir, a incurrir en una simplificación ornamentalista de trasfondo estetizante que finalmente destensa y despoja a ese paisaje, a ese imaginario, de toda su complejidad y de toda su intensidad conceptual y plástica. La deriva hacia el ablandamiento de nuestra visión del mundo en función del paradigma de la agradabilidad consensual sin espesor ni sentido, desposee en fin, al paisaje, a esa imagen construida, de su teórica capacidad de ayudarnos a reconstituir una mirada penetrante sobre el mundo a través del lugar transfigurado.

Y sin embargo, a pesar de ello, a pesar de la inexistencia de un consenso teórico sobre su conceptualización, el paisaje como realidad, como idea y como fenomenología del espacio y del territorio ha recibido el constante interés del pensamiento, desde por ejemplo, Ortega y Gasset (¿Qué es un paisaje?) que, frente a las bienintencionadamente planas y tal vez ingenuas definiciones del Convenio Europeo del Paisaje que intentan articular normativamente un concepto universalizado de paisaje con finalidades administrativas y operacionales, ya establece que: “el paisaje es aquello del mundo que existe realmente para cada individuo, es su realidad misma. El resto del universo sólo tiene un valor abstracto… No hay un yo sin un paisaje y no hay un paisaje que no sea mi paisaje, o el tuyo o el de él. No hay un paisaje en general”, posicionamiento de Ortega que, si bien matizable por su tal vez excesivamente subrayada visión subjetivista que puede interpretarse como de un feroz relativismo, tiene, no obstante, el valor de evidenciar el carácter esencialmente cultural de la noción de paisaje, su propia condición de constructo.

2.Paisaje de la complejidad

Sin embargo, la evidencia de esta condición de construcción cultural del paisaje, no obsta para que sea legítima (y en este contramovimiento se pone de manifiesto otra condición: la de la complejidad) la demanda de la tendencia a una intersubjetividad que permita la ponderación crítica de las hipótesis de aquellas “respuestas” al paisaje que citábamos al inicio. Esta expectativa referida a los resultados relativos a la indagación sobre el paisaje, evidentemente trasciende de la esfera puramente intelectual a la necesidad de responder desde supuestos enormemente parciales, que seguramente están desde su propia génesis en la imposibilidad de ir más allá de la pura especulación en términos de imagen.

Y es que cuando hablamos de paisaje, estamos manejando una categoría compleja y al propio tiempo sintética de un conjunto de aspectos que ya difícilmente se pueden seguir considerando separadamente. Porque paisaje, puede definir tanto una realidad fáctica, como una noción de esa realidad, un artilugio intelectual de doble filo que contiene y atiende tanto aspectos referidos a la materialidad como a su recepción estética. Por eso finalmente la categoría de paisaje encuentra su mejor encaje en una visión que atienda a la complejidad como condición consustancial de la realidad.

Es en ese carácter de artilugio, de máquina de interpretar, donde el proyecto contemporáneo encaja en su facultad de investigación como ensayo y como simulación hipotética de imágenes tal vez posibles, que en su proteica irrealidad sin embargo ayudan a encontrar dimensiones nuevas en una realidad vivida automáticamente, percibida en forma rutinaria por la distracción del ojo acostumbrado. Es decir, exploraciones que pudieran parecer puramente retóricas, tal vez supongan en cambio una nueva ventana en la percepción, nuevas panorámicas de eso que vemos todos los días sin mirarlo realmente.

Aunque, como decía, la pregunta por el paisaje, así heideggerianamente enunciada, está sin respuesta y probablemente sea así porque las tentativas en realidad se han antepuesto como praxis artística y técnica a la propia escucha de los términos teóricos de la pregunta, esta desviación, sin embargo, no desactiva el potencial de apertura de visión que dicha praxis arroja. Este potencial evocador reside en el extrañamiento que producen algunas de estas elaboraciones de proyecto de paisaje, extrañamiento que más allá de la extrañeza, mueve a afilar la mirada y la visión y a encontrar datos y cualidades en lo real, datos y cualidades muchas veces inadvertidas por el automatismo de la recepción estética emplazada en la observación rutinaria, como también porque simplemente esos datos y cualidades no estaban ahí antes, (u-topos) pero que pueden pasar, en una oscilación entre el mundo y el ojo, a formar parte de un imaginario inasible pero finalmente vinculado culturalmente a ese lienzo de lo real. Que también es un constructo. Esas oscilaciones introducen vetas, fisuras interpretativas en la criptrogeometría relacional de lo visible con lo, en apariencia, invisible, contiuum entre lo uno y lo otro que constituye la visión estereoscópica de la que hablaba Jünger, evidencian un discurso que hace reverberar una geometría interior, a veces explícita y otras velada, imágenes que nos muestran a veces un nuevo paisaje como expresión casi de la imagen general de la ciudad o del territorio o, por el contrario, paisajes intermedios, insertos e incisiones en los intersticios, en los fragmentos que sin embargo explican el todo, el mundo y el lugar transfigurados.

3.La dialéctica forma-imagen

Esa mirada transfiguradora del lugar que construye el paisaje, es una mirada que se erige sobre la dialéctica forma- imagen. Si la forma es en realidad un sistema de relaciones espaciales inherentes a la propia esencia y a la materialidad del lugar, del territorio o del objeto (constitución elemental, posición, dimensiones, relaciones geométricas y topológicas intrínsecas), la imagen constituye la expresión de la elaboración temporal y cultural de la forma. La imagen “se ve” al propio tiempo que el proceso de intelección de lo visto nos hace “pensar” la forma. Es esta oscilación mental entre la imagen vista y la forma subyacente, con todas sus atribuciones, la que constituye finalmente la idea de paisaje en su sentido más completo y complejo; por ello un proyecto de paisaje que actúe sólo sobre la imagen contingente y no sobre la forma soportante es finalmente un proyecto sobre la mera apariencia, un proyecto de apariencias.

La imagen vive en el tiempo, en el tiempo largo de la decantación histórica de una significación (véase al respecto el sentido de la imagen dialéctica de Walter Benjamín) y simultáneamente en el tiempo instantáneo de la vivencia, el “tiempo ahora” (Jetztzeit) benjaminiano. La confrontación de ambas dimensiones arroja la constitución temporal de la imagen a través de la interrelación dinámica de las formas que la construyen en esa oscilación en sus diferentes figuras, sus figuras constructivas.

4.Vacío e interferencia como figuras constructivas del paisaje

Pero ¿cuáles son esas figuras, las figuras constructivas del paisaje? En un interesante artículo titulado precisamente Figuras constructivas del paisaje del filósofo Arturo Leyte (revista Sileno número 11, páginas 8-17, un número monográfico dedicado a Heidegger), se responde a esta pregunta por las figuras constructivas y a la pregunta por ese paisaje final que ellas construyen, si bien en el primero de los casos aludiendo a los arquetipos heideggerianos clásicos de “la cabaña, la caverna, el templo, la casa y el puente”, añadiendo a continuación que estas “figuras” lo son también en términos retóricos pues finalmente asumen una condición metafórica para nombrar a la verdadera figuralidad del paisaje: el entre (Zwischen), el dominio de aquella oscilación a la que nos referíamos, el espacio intermedio, el intersticio por el que fluye el tiempo de la imagen en la cambiante dialéctica forma-imagen.

Ese espacio intermedio asume pues la condición fundamental de figura constructiva (pero no como la figura entendida dentro del viejo binomio “figura-fondo”), figura que puede encarnarse en los saltos de la continuidad en el proceso de formación de la imagen. Esas discontinuidades entre los estados de la imagen, del paisaje, asumen la condición de tensiones, de solicitaciones que producen una intensificación de aquella imagen, otorgándole su connotación más característica, su mayor capacidad de hacerse reconocible y definible.

En ese sentido, propongo dos formas de discontinuidad del paisaje, dos figuraciones de ese entre, de ese espacio de la intermediación, como sus auténticas figuras constructivas intersticiales: la primera es el vacío, como campo de resonancia, discontinuidad que provoca la formación de un espacio negativo que actúa sobre la imagen como elemento abstracto que la dinamiza por “succión” intensificándola. La segunda discontinuidad o figuración del espacio intermedio es la interferencia, como algo que se interpone entre el sujeto observador y el objeto observado (o entre dos objetos). Es un acontecimiento, una intrusión que modifica una representación previa, un sonido, un espacio, que produce en la recepción de una señal, otra extraña y perturbadora y tal vez sugerente. Interferencia instantánea o permanente, atendiendo a los diferentes tiempos de la imagen. Interferencia que en la discontinuidad de sentido que introduce, intensifica a la imagen, al paisaje.

Si la interferencia actúa casi como punción, como impacto, como extrañamiento, el vacío es un campo de resonancia, un campo de fuerzas, como un campo magnético, espacio de despliegue de las tensiones de atracción-repulsión entre dos imanes, un campo donde fluyen las tensiones figurales. La dinámica inestable de ambas discontinuidades, vacío e interferencia, arroja finalmente la propia inestabilidad esencial de la imagen, inestabilidad intensificada que pone en crisis la clásica valoración del paisaje como una composición de fondo y figura (en su sentido clásico objetual, no como tensión constructiva), composición que cede su lugar a un más complejo campo relacional en el que figura y  fondo intercambian sus papeles, se substituyen mutuamente en una constante iteración, donde lo lejano puede asumir en realidad un papel de primer plano (véase la obra de Patinir, por ejemplo) o donde la figuración próxima asume la misión de catalizador de lo que la sucede en el plano figural, como en este Haiku:

La lejana montaña

se destaca

en los ojos de la libélula

(Kobayashi Issa)

En el primer verso se expone la dimensión macroscópica de lo lejano y lo grande; en el segundo se desplaza la atención de la materialidad a su reflejo; en el verso final se produce un vertiginoso cambio de escala hacia lo pequeño y lo inmediato que contiene y resume el todo.

La lectura de la imagen y del paisaje como imagen a través de sus discontinuidades y del papel intensificador de la interferencia y el vacío (dominando pues los caracteres inestables y dinámicos frente a la estaticidad y la continuidad) en lugar de la remisión a la canónica composición figura-fondo, manifiesta también su mayor complejidad en el efecto de estereoscopia que produce la pérdida del lugar fijo del fondo y la figura, ahora móviles e intercambiables en una inestable oscilación, pues esa condición de lo complejo reconcilia la circunstancia utópica (la que lo que no tiene lugar) con la ubicua (la de lo que está en todos los lugares) y los espacios intermedios y sus paisajes asumen esa doble y paradójica cualidad, donde funcionan en la imagen del paisaje, al unísono lo lejano y lo cercano, lo grande y lo pequeño, lo pequeño dentro de lo grande pero también en la complejidad de la escala figural, lo grande dentro de lo pequeño. Como en un Aleph de Borjes: el paisaje en el entre.

Publicado en Formas 18

domingo, 17 de diciembre de 2023

Iluminaciones y deslumbramientos

 


 

 

 

 

 

 

 

 


 

 

 

 

Foto JR Guedes

 

Iluminaciones y deslumbramientos *:
notas sobre poética e idea de proyecto
Juan Ramírez Guedes

Iluminar y deslumbrar: en la primera acción la luz se proyecta sobre el objeto a
fin de que los perfiles de su forma visible sean aclarados, puestos en claro, en
lo claro; en la segunda acción, la de deslumbrar, la luz no es proyectada sobre
el objeto sino sobre el sujeto, sobre los ojos que ven, y su efecto es el de privar
de nitidez esa visión, su efecto es el de deslumbrar, des-iluminar, quitar luz,
cegar, oscurecer.
Deslumbramiento y asombro son efectos sinónimos y mutuamente
equivalentes. Asombrar es también poner en sombra.... Así la iluminación
aclara, pone en luz y el deslumbramiento oculta, oscurece, pone en sombra.
Decía Jünger: “La forma transparente se da cuando profundidad y superficie se
manifiestan al mismo tiempo a nuestra vista.” [1]. Ese es un efecto de la
iluminación de que hablamos, la genera un esclarecimiento y muestra la cosa y
su sentido en un solo acto. Esta iluminación, establece la recomposición
poética de lo iluminado mostrando el objeto y su resonancia de sentido, lo que
es y lo que tiende a construir, el sentido que organiza.
Walter Benjamín armaba sus Iluminaciones mediante la técnica de la imagen
dialéctica: la construcción de imágenes que en su propia facticidad iconográfica
contienen una posición crítica: lo que son y el sentido de lo que son; lo
mostrado y su función en una descripción crítica de la realidad. El sentido de lo
real que construyen.
La producción técnica del objeto, en la iluminación, se acompaña del sentido de
ese objeto, de esa producción técnica.
Si la técnica tiene su fundamento en este concepto de Techné, que aglutina su
significado instrumental y procedimental en el seno de una concepción más
amplia como creación y saber, e incluso como arte entendido también en ese
sentido originario y fundacional, la noción de poética, íntimamente vinculada a
la anterior, encuentra su origen y referente en la Poiesis, como producción,
creación, composición, construcción...
Vemos que técnica y poética en su sentido más originario hacen referencia
común a la acción y el resultado de la actividad creadora, a la producción o
generación. La Poiesis en una de sus acepciones se refiere también al acto de
dar a luz, de alumbrar, de traer a la luz. Es decir que producir es, en ese
sentido prístino, traer a la luz, hacer algo visible.
Por ello una poética, además de un modo de hacer, un modo de constituirse
como producción, es también, ateniéndonos a la resonancia de la etimología,
un traer a la luz, un hacer o hacerse visible y, esta noción, aplicada a la
arquitectura, hace referencia a la producción y el hacerse visible de la misma.
En el ámbito del proyecto, una poética específica, se refiere a un modo de
producción y a un modo del hacerse visible de una forma arquitectónica.
Justamente en esta consideración de su carácter modal, es donde reside la
distancia respecto de una significación absoluta de la poética en arquitectura
para referirla a su particularización en un específico pensamiento del proyecto.
Retornando al análisis etimológico, tomamos la definición de la versión griega
de forma, Morphé, en tanto que objeto de la acción de la poética:
Morphé: “Forma. La forma es ser delimitado. Es un exponerse y hacerse
público, lleva y muestra al ente como aquello que es. (...) La forma está
siempre en relación con Hylé (materia) y Eidon (idea).”[2]
Vemos que la forma en su origen conceptual constituye una delimitación, la
definición de un específico campo de existencia, y que esta existencia se
vincula a los conceptos de materia e idea. Y sobre esta última noción,
interrogamos también al sentido originario:
Eidon: “Originalmente, idea, aquello que es avistado. Lo visible. El aspecto
visible de las cosa .(...) Su función fundamental es penetrar en la luz y en lo
claro .(...) La función principal del ver es, precisamente, la idea. (...)
Modernamente expresa en cambio, una noción o representación mental que
está sólo en nuestro pensamiento”.[3]
De este somero reconocimiento extraemos la incipiente conclusión de la
conexión entre el significado originario de la noción de idea con el de poética: si
esta representaba la producción y el modo de un hacerse visible, la idea es, en
esta interpretación, lo visible mismo, y por ello, una función poética es la
relativa a la de hacer visible el eidos, la idea., cuya función, por otra parte, es
penetrar en lo claro, es decir, aclarar, dar sentido a esa producción. Iluminar.
Quisiera añadir, a este respecto, cómo este vínculo entre poética e idea, por
más que pueda parecer un artificioso juego de palabras, a mi modo de ver
plantea dos cuestiones que pueden ser de interés, más allá de la mera retórica:
la primera, el desdoblamiento del concepto de poética en un doble significado,
como producción y simultáneamente como sentido de esa producción[4], lo que
la producción es y materialmente genera y su significación crítica, y con ello,
redundantemente, su eventual sentido en relación a la realidad externa con la
se mide; y, la segunda, ver cómo la idea, originariamente, no es un producto
intelectual meramente especulativo y libérrimo, sino con una específica función,
la de penetrar en lo claro, la de aclarar, la de entrar en el dominio de lo
comprensible, y por ello razonable y comunicable. Es decir la idea, cuando lo
es, ilumina.
La idea, como formulación de un argumento o una interpretación que puede dar
lugar a un proyecto, debe ser una idea considerada en este sentido. Una idea
que sea capaz de, partiendo de la complejidad de la realidad, tender a hacer
clara y comprensible una vía de interpretación de la misma mediante el
proyecto. No hablamos de una claridad deslumbrante (aquella de los
deslumbramientos finalmente cegadores y oscurecedores y engañosos que
tanto se prodigan en determinada arquitectura contemporánea), ni se reivindica
la iluminación absoluta de la concepción idealista de la idea; no se trata de una
idea absoluta, fija e inmóvil, platónica, sino de una idea particular y contingente.
No es La Idea, sino la idea o las ideas que emana el flujo móvil del
pensamiento enfrentado a la realidad contemporánea.
 

[1] Júnger Ernst: El corazón aventurero. (1979) Tusquets, Barcelona, 2003. pp.:
15.
[2] Rizzi, Renato: Le voci dell’ozio, Arsenale Editrice, Venezia, 1999. p. 44.
[3] Rizzi, Renato: Op. Cit. P. 29.
[4] Ramírez Guedes, Juan: Fragmentos para una poética de la ciudad
contemporánea y líneas de fuga en el horizonte del proyecto. Proyecto Sur,
Granada, 2003. pp.: 21, 135 y 138.
 

*Extracto de la conferencia del mismo título dictada en el CAAM , Centro
Atlántico de Arte Moderno.
Publicado en Luz, agua y tierra en la arquitectura. ETSALP. ULPGC.