domingo, 9 de junio de 2024

Una plaza en una ciudad

 

¿Una plaza? 

Juan Ramírez Guedes

La ciudad, mi ciudad, aún guarda sensaciones para quien no tenga aún anestesiada toda la memoria o toda la sensibilidad. Basta dejarse llevar por la inteligencia inconsciente de los pasos, vagabundear, ejecutar un "unweg", un rodeo alrededor de la primera impresión, de las lecciones sabidas; es no tanto derivar, como encadenar otras singladuras. Otras, que incluso pueden ser las mismas. 

Una tarde muy calurosa, una tarde con el cielo ominosamente cubierto, con la humedad pegada a la piel, inopinadamente me encontré en una esquina de una plaza que llaman parque, un lugar que, por diferentes motivos, todos ellos casuales, no visitaba desde hacía un cierto tiempo, mucho tiempo debería decir, porque las últimas veces que por allí pasé sólo hice eso, pasar, y casi siempre velozmente, con la atención puesta en otro sitio. 

Es una plaza que es también un lugar mental, más que otras plazas tal vez más importantes o que acumulan más cantidad de tiempo. Esta plaza rectangular, donde aún se puede oler el mar aunque a éste se lo han llevado un poco más lejos, es realmente una plaza sin forma; sus arquitecturas, incluso algunas píamente consagradas por la opinión, son o eran claramente menores y circunstanciales; el valor no estaba ahí, estaba en la memoria del vacío, del intervalo, el espacio donde la geografía arquitectónica deja lugar a la distancia, una distancia distinta de la del paisaje abierto de la playa; es una distancia interior, una medida abstracta. 

Parado en la esquina, creo estar en otra ciudad, otro lugar. En esta ciudad se da un proceso perverso pero interesante de observar y es el que genera la simultaneidad de los fenómenos de la obra y de la ruina: hay lugares y procesos que acumulan contemporáneamente atributos o señales de ambas situaciones: aquello que está siendo construido y aquello que se está desvaneciendo, desestructurando, destruyendo. Pasa casi lo mismo que con nosotros, en la confluencia del doble proceso de construir la vida sufriendo la erosión del tiempo. 

Desde la esquina aprecio eso que digo en este lugar; es un extrañamiento que conmueve, que sintoniza un diferente ritmo mental; hay una incómoda pero atractiva desorientación en la ambivalencia del espacio: no sé si he llegado demasiado pronto o demasiado tarde; ¿estoy ante el flujo o el reflujo del lugar? 

Extrañamiento del lugar y extrañamiento del tiempo; la memoria no sé en qué instante hace pasar la cinta del recuerdo visual y cinestésico de este espacio: antes, en el principio era más grande y yo lo veía todo desde abajo, recuerdo también un mayor bullicio, ruido de músicas y sonidos extranjeros. 

Hay otras tardes calurosas mucho más figurativas que la tarde que presencio desde mi esquina abstracta, pero en esta tarde casi ya crepuscular, el lugar metamorfoseado me ha hecho reconstruir esa ausencia, haciéndome superponer su presencia a lo que ven mis ojos. La ciudad no sólo está afuera, también está dentro. 

Tal vez la vida de esa ciudad interior, su posibilidad de ser revivida, esté en relación con el fluir de las formas de la ciudad exterior, que ahí resida la potencialidad del desplazamiento mental, de la construcción de la memoria. Puede que, paradójicamente, la imagen de ese recuerdo indeleble surja de la transformación de la realidad del lugar. 

Y, tal vez, enigmáticamente, la dimensión poética de nuestra memoria del espacio resida en la oscilación de la percepción pasada y presente, en el sentimiento de la pérdida y del alejamiento, y por extensión en el presentimiento distante del futuro que, tal vez también, nos sea ajeno. 

Recorro con los ojos el lugar que crece en la apariencia metropolitana que le presta la incipiente noche; con ella se agranda esa sensación de extrañeza, de alteridad, de este espacio que aún en su desolación, en su indefinición, mueve a la reflexión.

Foto de Juan Ramírez Guedes