jueves, 18 de julio de 2024

La ciudad irreversible

La ciudad Irreversible

Juan Ramírez Guedes

 

Irreversibilidad e historicidad

La irreversibilidad es una condición de los procesos regidos por la termodinámica, una condición físico-química universal que también regula las leyes evolutivas y las mutaciones en el seno de la naturaleza viva, si bien cada cierto tiempo leemos que algunos estados de la biología pudieran en un hipotético futuro regenerarse. Sin embargo las estrellas siguen su inexorable camino hacia su lejana extinción, como el universo en su conjunto. Por no hablar, en la escala más inquietantemente cercana, del planeta.

Así pues, la irreversibilidad constituye un principio regulador que, junto a la complejidad, en general impregna todos los procesos naturales pero también puede reconocerse en la historia y los fenómenos sociales.

La ciudad como proceso y como fenómeno y producto social y cultural no queda al margen de tal condición, lo que puede reconocerse en su historia y en su propia historicidad, la ciudad como tal en su completa dimensión, no solo como realidad material; eso nos lleva a preguntarnos por esa completud; ¿qué es esa ciudad así considerada?... en realidad, dicho de otro modo: ¿qué es la ciudad?

Esta pregunta normalmente no se formula pues lo sustantivo de ella se suele sustituir por una serie de calificativos; así, los discursos sobre la sostenibilidad urbana (en cualquiera de sus versiones) o las llamadas “smart cities”, la ciudad participativa (en cualquiera de sus versiones también), etc., etc.,  entre otras adjetivaciones al uso que podemos encontrar en los suplementos dominicales  de la prensa impresa y en multitud de sites en internet,  sustituyen o/y ocultan  la pregunta central: ¿qué es la ciudad?... pregunta que puede reformularse con mayor intencionalidad y precisión en los términos de: ¿cuál es el sentido de lo que llamamos ciudad?

¿La ciudad es tal vez un conjunto de edificios y calles sobre un determinado territorio?... ¿puede que sea un grupo de personas que habitan juntas en un lugar, en un determinado espacio físico? … Para los romanos la ciudad era las dos cosas, la Urbs y la Civitas… pero también puede que la ciudad sea un conjunto de planos y dibujos que se guardan archivados en alguna oficina municipal, o también podría consistir dicha ciudad en una corriente de flujos de información, de códigos simbólicos analógicos o digitales que recorren el cine, internet y los demás canales de comunicación artística o informativa…

Hay una respuesta fácil a esa interrogación; la ciudad es todo eso conjuntamente considerado a la vez, es una realidad compleja, indivisible en sus facetas etc., etc. Esta respuesta despeja la inquietud y la duda pero… sí haciendo un giro en la perspectiva del planteamiento (dándole la vuelta al papel donde dibujamos) dejamos de pensar la ciudad en términos abstractos y pensamos no ya en esa ciudad genérica (la de Rem Koolhaas u otra igualmente inexistente) sino que pensamos en una ciudad concreta y la presentamos como resultado de la sumatoria de las fáciles respuestas anteriores, realmente ¿estaríamos en grado o capacidad de reconocer esa ciudad concreta, de reconocer nuestra ciudad y de reconocernos habitándola?...alguien diría, “no, claro, aún falta la dimensión de la historicidad de la ciudad que dota de sentido a su forma de ser. El sentido de nuevo.

Pero, en realidad ¿qué es esa historicidad de la ciudad… que quiere decir? no debe confundirse con su historia, pues ésta narra las sucesivas transformaciones contingentes a través del acontecer del tiempo; la historia establece la dirección, la historicidad el sentido; si la historia representa el paso del tiempo; la historicidad constituye para nosotros la conciencia de la irreversibilidad de dicho tránsito. Mientras la historia de la ciudad describe esa sucesión transformativa, su historicidad hace referencia a una condición intrínseca de su manera de ser… pero ¿y cuál es esa manera de ser?... ¿en qué consiste? Y de este modo hemos vuelto a la pregunta del principio, al inicio de la cuestión: ¿qué es la ciudad?; ¿Cuál es la manera de ser de la ciudad? De una ciudad, de esta ciudad, de nuestra ciudad…

 

Pasear y pensar (en) la ciudad

Hay una gran diferencia entre pasear por la Avenida de Las Canteras, entre pasear por ella, digo, y pasar por allí, porque paseando estamos en el lugar, mientras que cuando pasamos seguramente nuestra cabeza está en otra parte, en el punto al que nos dirigimos y no en el camino. Pasear, estar allí, es ver, sentir y pensar ese espacio. Pasear implica tener tiempo para invertirlo en el acto del paseo; por el contrario “pasar por” indica que no se dispondría apenas de tiempo para gastarlo en ninguna contemplación. Sin embargo, paradójicamente, es muy posible que la duración cronológica, reloj en mano, del paseo y del pasar sea casi idéntica. Querría esto decir entonces, que al final, ese tiempo del que disponemos o dejamos de disponer no es el tiempo físico, cronológico, el tiempo mesurable con máquinas (de esto Jünger sabe bastante), sino que se trataría de otro tipo de tiempo, otro tiempo posible, un poder tener tiempo abierto a la rememoración o la ensoñación de cada cual y que no se puede medir con artefactos porque no tiene dimensiones. Ese tiempo abierto que distingue el pasear del pasar, viene expresado por esa “e” que los diferencia; cuando olvidamos la pregunta por la ciudad, olvidamos esa “e”, la “e” de espíritu de la ciudad o de los espíritus de la ciudad.

 

Apertura e inconclusión de la ciudad

La ciudad, sea lo que ella sea, es algo que siempre está inconcluso, su propia manera de ser tiende a la inconclusión hasta el extremo de que una ciudad al concluirse concluye como ciudad y se instituye en otra cosa ya en el dominio de la arqueología.

Esa condición de inconclusión puede reformularse de forma más amplia y precisa no como cualidad negativa de inconclusión o no-conclusión, sino positiva como condición de apertura. Así la ciudad, en tanto lo es, no concluye porque está abierta, porque es abierta, es una opera aperta, esa es su condición: la apertura; si la ciudad se cierra se cierra su ser ciudad.

El pasado de la ciudad, como el nuestro, es irreversible; su futuro, como el nuestro, es indeterminado y sólo podemos aproximarnos a él formulándolo como posibilidad o como posibilidades. Como la ciudad es abierta, su sustancia se arraiga en la posibilidad, su manera de ser se inviste en el poder ser. Podemos decir que un espíritu “e” de la ciudad es el de la posibilidad. Si la ciudad deja de ser abierta deja de poder ser y entonces se vela su futuro. El futuro no tiende a ser más que el próximo haber sido (Heidegger); tendiendo al futuro haber sido lo construimos en el presente. Si no lo construimos así, el futuro se vela y deja de poder ser. Si la ciudad deja de ser abierta se desdibuja su futuro y así se diluye su próximo haber sido. La anulación del futuro de la ciudad tiende a dislocar la apropiación de su pasado. La ciudad cuando se cierra, se cierra en su historicidad. ¿Qué es la ciudad?... Es algo que fundamentalmente tiende a su propio poder ser. El sentido del pasado de la ciudad se basa en la apertura del presente al futuro, a ese futuro haber sido. La ciudad es en su propia apertura.

La vivencia del espacio urbano, como lugar de la memoria y de la historia así como espacio del cambio y la innovación, en su complejidad, es una experiencia entre el ejercicio combinado de la rememoración y la imaginación; tendemos tanto a rememorar como a imaginar ante la presencia de las diferentes situaciones urbanas que se nos aparecen como procesos de cambio o permanencia, como situaciones abiertas frente a las cuales podemos construir una opinión, una forma de estar ante y en, una posición. Una posición en el tiempo.

 

Imagen:

paseo de la playa de Las Canteras. Las Palmas de Gran Canaria. Foto del autor.